La manera como reaccionamos ante los problemas,
muestra nuestra condición espiritual y también cuál ha sido nuestra prioridad.
No son las muchas conquistas las que nos librarán de las aflicciones que tendremos,
sino el saber en Quién estamos creyendo.
Cuando existe el bautismo con el Espíritu Santo, no queda la menor duda.
Por eso, no va a ser un problema, por mayor que este sea, lo que comprometerá nuestra Salvación.
David era un hombre de conquistas y acostumbrado a vencer siempre.
Un día, su hijo enfermó gravemente, y él buscó a Dios por el niño. Ayunó y pasó la noche postrado en tierra, y aún así él murió.
Cuando él lo supo, se levantó, se lavó, se ungió,
y entró a la Casa del SEÑOR y adoró; y después se alimentó. Esa manera de actuar, les causó espanto a sus siervos, y David dijo:
Viviendo aún el niño, yo ayunaba y lloraba, diciendo: ¿Quién sabe si Dios tendrá compasión de mí, y vivirá el niño? Mas ahora que ha muerto, ¿para qué he de ayunar? ¿Podré yo hacerle volver? Yo IRÉ a él, mas él no volverá a mí. 2 Samuel 12:22-23
El niño estaba muerto físicamente, pero vivo espiritualmente. Él estaba con Dios.
Y David estaba dejando bien claro, que esa situación no iba a comprometer su Salvación,
porque él también, un día, estaría con Dios.
Yo conocí a una señora que había perdido al marido, marido ese que aunque
había muerto físicamente, tal vez no había muerto espiritualmente. Pero la esposa, aun estando viva, estaba muerta espiritualmente por causa de la pérdida del marido.
O sea, el marido era todo para ella, era su prioridad.
El hijo de David era importante, pero no más importante que su Salvación.
Una vez que la Salvación sea lo más importante para usted, nada, absolutamente nada, podrá comprometerla.